LA ISLA Y YO – CAPITULO XXV – UNA VELA
Por Karlos Dearma.
El hedor, ese
insoportable hedor proviene de allí: De esos pobres y desprevenidos infelices
devorados. La visión de esos esqueletos me repugna. El asco y los mareos hacen
presa de mí, tengo náuseas y pierdo el equilibrio, caigo sobre la arena en
cuatro patas y no puedo evitar vomitar. Doce intenta auxiliarme como puede.
Intenta
alzarme en brazos pero soy demasiado pesado para ella, ambos caemos. Permanecemos
tirados sobre la arena cálida. Unos minutos después estoy algo recuperado. Mi compañera
vocifera unas palabras inentendibles para mí:
-Lijunia
desirata.
Me suena a
lujuria y deseo, pero no. Señala el bosque tropical. La miro extrañado alejarse
en esa dirección, para perderse luego en la espesura. Esta vez no siento temor
por perderla. Estoy seguro que volverá.
Ha tenido la precaución de llevarme
hasta la sombra que proyectan unas palmeras. Recostado en el piso, algo más
tranquilo, trato de discernir el tenebroso hallazgo. ¿Quiénes podrían ser esos
infortunados seres? ¿Acaso otros sobrevivientes del naufragio? ¿Cuánto tiempo llevarían
allí? Muchas preguntas sin respuesta.
Trato de no comerme el coco con ellas
pero no puedo. Cuando creo que ese divague es algo inevitable, salgo de mi
sopor con una visión que me altera.
Sobre el
horizonte del océano se perfila en la lejanía una vela. ¡No puede ser! Me digo
a mí mismo. ¿Podrá ser otro espejismo? ¡Estoy
loco! Ya no sé lo que es real y lo que no. Pero algo me dice que es cierto. Abro
y cierro los ojos repetidas veces, y sigue allí. Su tamaño va creciendo de a
poco: ¡Viene hacia la isla!
Intento
levantarme. A pesar de la debilidad que me sujeta, tomo un palo que encuentro
por allí y logro ponerme de pie, lo utilizo a modo de bastón para acercarme a
la orilla. Quiero gritar pero no puedo.
Solo consigo sacar de mi garganta
agotada un hilo de voz, cuando escucho a alguien detrás de mí que me llama. Es
Doce que se acerca corriendo con unas hojas en la mano. Me las enseña y
pronuncia lo que entiendo por su nombre:
-Lijunia
desirata.
Ambos nos miramos
a los ojos. Me pego a ella y, sin mediar más palabras, la beso. Doce, aunque
noto algo de confusión en su mirada, me devuelve una sonrisa. Se queda en
silencio, observándome. Le señalo el horizonte y, tomándola de los hombros, la
hago girar hacia la mar para contemplar juntos al velero que se acerca a la
ribera.
La muchacha abre la boca con asombro y pega un grito, que me sugiere
terror. Da vuelta sobre sus talones, mete sus dedos en mi boca y me introduce dentro
la hierba, obligándome a masticar las hojas de la lijunia desirata; intento
resistirme pero no me deja, hace el ademan de masticar y ella también las come
conmigo.
No entiendo esa actitud pero la imito. Lo que si comprendo es su desesperación
por alejarme de la playa, tomándome de las ropas y arrastrándome hacia la selva.
Siento el miedo en ella y no intento
disuadirla.
Juntos y abrazados buscamos
la seguridad del interior, mientras de reojo observo a ese navío acercándose al
litoral y me pregunto: ¿Nos abran visto?, ¿Por qué debo temer?
Este nuevo capitulo se corresponde con la iniciativa de "El Circulo de escritores" llamada "Desafío: Escribamos una novela juntos"del cual participo. Obra Titulada "la Isla y yo".
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