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miércoles, 5 de agosto de 2015

LA ISLA Y YO – CAPITULO XXV – UNA VELA


LA ISLA Y YO – CAPITULO  XXV – UNA VELA
Por Karlos Dearma.

El hedor, ese insoportable hedor proviene de allí: De esos pobres y desprevenidos infelices devorados. La visión de esos esqueletos me repugna. El asco y los mareos hacen presa de mí, tengo náuseas y pierdo el equilibrio, caigo sobre la arena en cuatro patas y no puedo evitar vomitar. Doce intenta auxiliarme como puede. 

Intenta alzarme en brazos pero soy demasiado pesado para ella, ambos caemos. Permanecemos tirados sobre la arena cálida. Unos minutos después estoy algo recuperado. Mi compañera vocifera unas palabras inentendibles para mí:

-Lijunia desirata.

Me suena a lujuria y deseo, pero no. Señala el bosque tropical. La miro extrañado alejarse en esa dirección, para perderse luego en la espesura. Esta vez no siento temor por perderla. Estoy seguro que volverá.

Ha tenido la precaución de llevarme hasta la sombra que proyectan unas palmeras. Recostado en el piso, algo más tranquilo, trato de discernir el tenebroso hallazgo. ¿Quiénes podrían ser esos infortunados seres? ¿Acaso otros sobrevivientes del naufragio? ¿Cuánto tiempo llevarían allí? Muchas preguntas sin respuesta. 

Trato de no comerme el coco con ellas pero no puedo. Cuando creo que ese divague es algo inevitable, salgo de mi sopor con una visión que me altera.

Sobre el horizonte del océano se perfila en la lejanía una vela. ¡No puede ser! Me digo a mí mismo.  ¿Podrá ser otro espejismo? ¡Estoy loco! Ya no sé lo que es real y lo que no. Pero algo me dice que es cierto. Abro y cierro los ojos repetidas veces, y sigue allí. Su tamaño va creciendo de a poco: ¡Viene hacia la isla!

Intento levantarme. A pesar de la debilidad que me sujeta, tomo un palo que encuentro por allí y logro ponerme de pie, lo utilizo a modo de bastón para acercarme a la orilla. Quiero gritar pero no puedo. 

Solo consigo sacar de mi garganta agotada un hilo de voz, cuando escucho a alguien detrás de mí que me llama. Es Doce que se acerca corriendo con unas hojas en la mano. Me las enseña y pronuncia lo que entiendo por su nombre:

-Lijunia desirata.

Ambos nos miramos a los ojos. Me pego a ella y, sin mediar más palabras, la beso. Doce, aunque noto algo de confusión en su mirada, me devuelve una sonrisa. Se queda en silencio, observándome. Le señalo el horizonte y, tomándola de los hombros, la hago girar hacia la mar para contemplar juntos al velero que se acerca a la ribera.

La muchacha abre la boca con asombro y pega un grito, que me sugiere terror. Da vuelta sobre sus talones, mete sus dedos en mi boca y me introduce dentro la hierba, obligándome a masticar las hojas de la lijunia desirata; intento resistirme pero no me deja, hace el ademan de masticar y ella también las come conmigo. 

No entiendo esa actitud pero la imito. Lo que si comprendo es su desesperación por alejarme de la playa, tomándome de las ropas y arrastrándome hacia la selva.  Siento el miedo en ella y no intento disuadirla. 

Juntos y abrazados buscamos la seguridad del interior, mientras de reojo observo a ese navío acercándose al litoral y me pregunto: ¿Nos abran visto?, ¿Por qué debo temer? 

Este nuevo capitulo se corresponde con la iniciativa de "El Circulo de escritores" llamada "Desafío: Escribamos una novela juntos"del cual participo. Obra Titulada "la Isla y yo". 

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