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jueves, 16 de julio de 2015

LA ISLA Y YO - CAPITULO VII - MISTERIO EN LA ARENA



LA ISLA Y YO – CAPITULO  VII - MISTERIO EN LA ARENA
Por Karlos Dearma.

Al día siguiente, cuando despierto, me doy cuenta que el Sol está muy alto. Quizás sea mediodía. ¡¿Cómo he podido dormir tanto?! Decido regresar a la costa: Debo hacerme de más enseres y, sobre todo, comida.

Recorro la treintena de metros que me separan del mar, esquivando las palmeras entre las que busque refugio, pateando cangrejos. 

Bajo a la playa. La arena me quema los pies, apuro el paso para evitar ese malestar y pronto estoy sobre el límite en donde las olas retroceden; más aliviado.

Un rápido recorrido visual alrededor cambia mi estado de ánimo. ¿A dónde han ido a parar las otras cajas? La marea no ha sido tan alta como para devolverlas al océano. Puedo divisar la línea de humedad a lo largo de la orilla. 

Miro a derecha e izquierda, escruto el cielo y horizonte marinos, y nada. ¿Será posible que hayan desaparecido?  Estaba seguro que habían quedado por aquí. O Tal vez esté equivocado, y mi cerebro y la memoria me estén jugando una mala pasada; camino hacia mi derecha en su busca.

El siguiente descubrimiento me altera: Encuentro huellas. Varias personas han estado aquí. ¿Acaso otros sobrevivientes? Entusiasmado corro tras de ellas, como quien persigue un premio, o un fantasma. Sigo el rastro hasta la espesura. Allí se pierden.

Una posibilidad se estrella contra mi mente y me detengo con el espíritu inquieto. Paralizado por el miedo, recuerdo ciertas historias acerca de los mares del sur y de las tribus melanesias. Relatos que hablan de náufragos y canibalismo.

Instintivamente retrocedo hasta la orilla, tropiezo y caigo, me levanto y vuelvo sobre mis pasos a la “seguridad” de mi refugio.  El peligro se cierne sobre mí. No tengo armas con que defenderme de ninguna amenaza.

Temblando me arrojo bajo mi tienda y cierro los ojos, la fiebre ha retornado. Unos minutos transcurren pensando en mi suerte. 

De pronto la selva se enmudece. No hay más ruidos de insectos, ni trinos de aves. Me incorporo e intento escuchar algo, lo que veo me horroriza: Un grupo de nativos armados con lanzas y aspecto feroz me vigila.

Alcanzo a ponerme de pie cuando siento un fuerte pinchazo en uno de mis glúteos. Un dardo esta clavado de manera profunda allí. Lo arranco e intento correr, alejándome de ellos: no puedo. Todo comienza a dar vueltas, no me es posible escapar, el veneno se apodera de mí. Grito por ayuda, solo para ver el rostro satisfecho de uno de mis cazadores, y pierdo la conciencia.

Unas horas después cuando despierto es de noche y estoy dentro de una olla de agua caliente, el calor me abrasa. ¡Me están cocinando vivo! Algunos hombres tocan sus tambores. Otros están cortando verduras. Un niño se acerca y arroja el contenido de una canasta dentro de la marmita. Toma una gran cuchara de madera  y prueba el sabor del guisado. Sonríe con satisfacción. 

Estoy a punto de transformarme en la cena, cuando un grupo de mujeres se hace presente. La música se detiene. Una gran hembra de semblante cabreado parece dirigirlas, los hombres la observan enfadados cuando pega el grito:

¡Dunga, dunga!-el resto de sus compañeras repite a coro ¡Dunga, dunga!- Es sabido el poder omnímodo del matriarcado en estas aguas. 

Unos muchachos me sacan del estofado y soy conducido a una choza. ¡Maravillosas mujeres, me han salvado la vida! Pero ¿por qué? Pronto recibo la visita de aquellos 120 kilos de carne trémula, grandes caderas y tetas.

Sonriente, la saludo y me presento:

Gracias, señora, mi nombre es López. La gorda me cae encima y grita: ¡Dunga, dunga!

Este capitulo se corresponde con la iniciativa de "El Circulo de escritores" llamada "Desafío: Escribamos una novela juntos"del cual participo. Obra Titulada "la Isla y yo". 

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