The resurrection
of Jane: Respect the dead* (*La resurrección de Jane: Respetá a los muertos.)
Por Karlos Dearma.
Hundida en
las profundidades de mí mente estaba aquella inmensa llanura. Lo sabes bien:
Todo es más grande en los recuerdos de la niñez.
En mis memorias de aquel día el crepúsculo la pintaba de manera caprichosa con su paleta de amarillos,
rojos y anaranjados.
Todo el paisaje semejaba un océano de pastos secos,
salpicado de rocas y algunos arbustos pequeños,
azotado por el Sol decadente del verano. Hasta un tiempo después, cuando
aprendí a pronunciar la misteriosa palabra, no la llamé Texas.
Íbamos hacia
el norte, en nuestra carreta,
conversando y cantando; los hombres a caballo, guiando un rodeo de
vacunos en dirección a Abilene. Allí subirían el ganado al ferrocarril rumbo al
Este, y se ganarían una buena suma de dinero.
O eso era lo que esperaban mis
padres. Nunca llegaríamos. Lo que sucedería en esa travesía marcaría el final
de mi niñez, y el comienzo de mi existencia como una maldita.
El mundo es
un lugar cruel, en donde la maldad cabalga libre, a la búsqueda de incautos e
inocentes, para darles alguna de sus estudiadas zancadillas. Eso fue lo que
sucedió con mi familia.
Recuerdo el
asalto, sus rostros, y acciones; lo guardé todo en mi memoria hasta el día de hoy.
Un grupo numeroso de jinetes sucios, haciendo ladrar sus armas con aullidos
de plomo; gritos de dolor, y, al final, algunos pedidos de clemencia.
No hubo
piedad con nadie. Me dieron por muerta y cuando todo terminó era la única que
quedaba con vida. Fue su error.
Cuando los
ruidos cesaron, salí como pude de bajo una pila de cadáveres: Todos mis
hermanos estaban muertos, la banda había desaparecido.
No lloré, busqué otra
cosa y la encontré: Una Colt. Era una niña pero sabía cómo usarla, y caminé. Caminé. Caminé buscando a mis padres. Entre todos aquellos rostros sin vida los hallé.
Y también a un hombre. Uno de los asesinos se había quedado rezagado,
intentando quitarle su anillo de oro a uno de los caídos.
Amartillé la Colt, y
fui por él; quería respuestas. Cuando estuve lo suficientemente cerca sintió mi
presencia y alzó la vista para mirarme.
-Niña. Será
mejor que bajes ese revólver: Vas a hacerte daño.
-Deja a ese
hombre en paz y ponte de pie.
No me hizo
caso. Tengo a Dios por testigo. Cuando quiso sacar su arma, le disparé. Dio una
vuelta en el aire y cayó, levantando una nube de tierra.
Le observé. Cuando el
polvo se disipó vi a un hombre de rostro desencajado, con el pecho manchado de
rojo carmesí, mirando al cielo.
Un momento después se movió. Aún respiraba,
pero con dificultad. Intentó arrastrarse para alcanzar su pistola y devolverme
la ofensa, no lo dejé. Recordé algo que me dijo mi abuelo. Una de esas
enseñanzas que no se olvidan y siempre se cumplen, y la repetí en voz alta:-¡Respect the dead!*
Cuando volví
a jalar del gatillo, un grupo de longhorns asustados salió en una estampida y ya nada volvió
a ser igual; estaba sola en el mundo y había matado a un hombre.
continuará ...
Escrito para el círculo de escritores. Edición: RELATOS DE COWBOYS (El Extraordinario Oeste)